Introducción: Muerte en Singapur, un libro por entregas.
Capítulo 1: http://groups.google.com/group/hombrelobo/browse_thread/thread/7bbd1627dfbd035d
Capítulo 2:
¡ Estaba eructando ! ¡ El taxista estaba eructando ! Alberto no se lo podía creer. Con el dolor de cabeza que tenía y el taxista que le llevaba a la oficina de Zango estaba eructando sin parar. Todavía no lo sabía, pero esta costumbre asiática de celebrar la digestión con eructos sonoros le iba a revolver las tripas más de una vez.
Situadas en la costa Este de Singapur, la oficina de Zango estaba en un edificio bastante humilde enfrente del Parkway Parade, un centro comercial sin pretensiones. Docenas de chiringuitos de comida se agolpaban en los alrededores, dando al conjunto un aspecto entre cutre y siniestro. Al bajar del taxi, los olores mezclados con el calor sofocante le golpearon como un mazo. Al menos, no tendría que aguantar al taxista ni un minuto más.
Al entrar en el edificio, su impresión no solo no mejoró, sino que se empezó a preguntar si estaba en el lugar correcto. Docenas de pequeñas tiendas dentro del edificio se agolpaban e intentaban llamar su atención. Incluso mientras se dirigía al ascensor, un viejo chino se le acercó para ofrecerle su servicio de reflexología: un masaje en los pies por tan solo unos pocos dólares de Singapur. Ignorándole, entró en el ascensor y subió hasta la oficina de Zango.
¡ Que diferente esta zona con Orchard Road, la calle central donde estaba su hotel !
Aquí no había edificios majestuosos y llenos de cristal. Esta zona estaba llena de edificios funcionales y repletos de gente y tiendas por todos lados.
Al menos, la oficina de Zango era bastante amplia, contrastaba con el amontonamiento que había en los chiringuitos y tiendas a la entrada del edificio.
Le recibió una chica preciosa, una mujer china menudísima y con una voz muy suave que le preguntaba algo en inglés. Todavía no se había acostumbrado al acento de Singapur. Esa era su excusa al menos.
– ¿ Le puedo ayudar ? – decía la chica.
– Sí, hola, perdona, soy Alberto, de Madrid, venía por el tema de Chai.
– OK-lah – respondió la chica.
– ¿ OK-lah ? – preguntó Alberto sin saber qué era eso de OK-lah … ¿ eso era que sí, que no o una frase en clave ?
– OK-lah significa que de acuerdo. En Singapur añadimos el «lah» al final de muchas palabras, es una terminación que viene del Malayo para enfatizar las cosas – dijo Lina mientras hacía una entrada triunfal, con el cabello negro suelto y sus ojos brillantes. Frente a ella, la chinita casi desaparecía para Alberto.
Con esta explicación, Lina se dio media vuelta y le dijo que le siguiera. Alberto hizo esfuerzos titánicos para no mirarle por debajo de la cintura. No por pudor, pues tenía poco de pudoroso, sino por no parecer un pervertido delante de la recepcionista. Pero su mirada periférica detectaba perfectamente unos pantalones vaqueros blancos ajustados que le daban mareos.
El equipo de Zango era relativamente pequeño. Chai era el que se encargaba de contabilidad. La jefa de marketing era Lina, que llevaba un equipo de tres personas, todas mujeres y todas delgadas. Aparte había una par de secretarias y el director de la oficina, un español llamado Fernando con pocas ganas de trabajar y muchas de disfrutar de su tiempo en Singapur. Más mujeres que hombres, aunque eso era lo normal en una empresa de bisutería. Menos en Madrid, donde eran casi todo hombres.
Pero lo que más sorprendía a Alberto era la variedad de tonos de pieles. Había varios Malayos como Lina, varios Chinos, un par de Indúes, incluso una rubia platino que parecía Escandinava. Y luego estaba Fernando, el típico hispano con barriga y sudoroso.
Tomaron un café todos en la cocina de la oficina haciendo las presentaciones y Fernando le invitó a su despacho a charlar sobre lo que tenía que hacer en Singapur.
– Mira Alberto, lo que necesitamos es que averigües todo lo que puedas sobre los papeles que llevaba Chai. Este es una año muy bueno para nosotros y queremos cerrarlo de la mejor manera posible. Chai no da señales de vida, no se puede fiar uno de estos chinos, que a la primera de cambio le dejan a uno en la estacada – dijo Fernando, dejando claro con estas palabras que era uno de esos jefes insoportables y racistas que por desgracia tanto abundan.
– No hay problema – dijo Alberto – con entrar a su PC puedo repasar todos los asientos y las cuentas y ponerlo al día en unas horas.
– Bueno, claro, verás ….. es que ese es parte del problema. No tenemos un servicio informático muy avanzado … de hecho, el PC de Chai está protegido con una clave que sólo él tiene, se fue sin decir nada y no tenemos copia de seguridad de lo que hacía – dijo Fernando sin parecer demasiado preocupado por el desbarajuste.
– Pero, entonces …. ¿ cómo puedo hacer mi trabajo ? – preguntó Alberto sin poderse creer la desfachatez de Fernando.
– No te preocupes chaval, que no pasa nada, tenemos copia de todo en papel. Bueno, de todo todo igual no, pero de casi todo, sólo hace falta que le pongas ganas y en unas pocas horas seguro que lo tienes todo resuelto. Tú ponte a ello lo antes posible y me cuentas mañana cómo va todo, que ahora mismo tengo una reunión en la Embajada Española – dijo Fernando mientras salía del despacho.
¡ Chaval, le había llamado chaval !. Alberto se daba cuenta cada vez más de que le habían enviado a Singapur para cubrirse las espaldas todos ellos; desde Fernando, el manager grasiento de la oficina de Singapur al Sr. Rodriguez, su jefe en Madrid. Menuda panda de incompetentes.
[Continuará]